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Somewhen

Siempre le tuve cariño al Museo de Ciencias de Caracas, en Bellas Artes. Es pequeño, es modesto, pero en mi opinión, tenía su encanto. Los animales africanos disecados – que poco a poco fueron substituidos por fauna nacional -el enorme oso pardo y el clásico esqueleto del tigre dientes de sable. Fue una alegría ver los restos del caparazón de Uruma, la que en su momento fue la tortuga más grande jamás descubierta. Me gustó el museo como espectador, como el que llega a adquirir conocimientos y maravillarse; y adoré el museo cuando trabajé por algunos meses como guía, enseñando y sorprendiendo a los visitantes con las colecciones e instalaciones que hacían parte del museo.

El interés por los museos y la ciencia en masa se ha mantenido, así que siempre trato de hacer un poco de trabajo de campo y visitar nuevos lugares e instalaciones. Así que cuando finalmente tuve la oportunidad de ir a Londres, aprovechando un momento de confusión entre mis acompañantes, logré escabullirme al Museo de Ciencias, para disfrutármelo en santa paz.

Porque los museos de ciencias siempre albergan, entre sus colecciones, cosas maravillosas e inesperadas, a pesar de que han estado siempre allí.

Y entre cápsulas espaciales, auténticas máquinas de vapor, el modelo de la doble hélice del ADN con partes originales de aquél usado por Watson & Crick – y un montón de cosas más – me llamó la atención una instalación en particular. Era un simple espacio donde sentarse, flanqueado por dos paneles con altoparlantes. A un lado había una especie de podio con un cuaderno de acrílico abierto, donde explicaban que la instalación se llamaba Longplayer: una composición musical para campanas tibetanas y gongs, creada por Jem Finer, uno de los fundadores del grupo The Pogues. La particularidad de esta composición es que está diseñada para durar un milenio, y se está ejecutando desde el primero de enero del año 2000, y con la intención de ser completada el 31 de diciembre del año 2999.

La idea me pareció más que interesante, y miles de historias comenzaron a escribirse en mi cabeza. Una pieza musical que se está ejecutando desde hace ya una década y que pretende prolongarse por un milenio, simplemente fantástico. Me di la vuelta con la intención de sentarme en el pequeño espacio entre los altoparlantes y vi entonces a una joven que me miraba evidentemente emocionada. Tendría unos 20 años y un sonriente rostro pecoso y enmarcado por una melena color cobre. Sus ojos eran apenas dos rendijas porque el tamaño de su sonrisa dejaba poco espacio para el resto. Vestía un abrigo ligero verde, que se combinaba perfectamente con su cabellera y estaba de pie, con las manos juntas hacia adelante y sosteniendo con ambas lo que parecía ser un pedazo de papel. Traté de disimular mi incomodidad, pero es imposible cuando tienes una mujer que sonríe enloquecida mientras te observa fijamente. Así que fruncí el ceño para parecer lo menos amigable posible y no ser interrumpido mientras volcaba mi atención, nuevamente, hacia la instalación de Longplayer.

Y cuando estaba por sentarme, sentí que me tocaban no demasiado delicadamente el hombro, y un «Hello…» acompañando el gesto. Me volteé y me encontré a la joven de cabellos rojos y cara pecosa mucho más cerca, quizás demasiado.  La miré y siseé un «yyyyeeeeesssss?» mirándola de arriba a abajo asegurándome de que no tuviese un puñal escondido en algún lado, entonces presumo que ella se percató de su conducta socialmente inaceptable, pues hizo un gesto particular con su rostro como recobrando la compostura perdida, y tomó aire para hablar:

«Hola», dijo en inglés «no nos conocemos… aún, bueno, en realidad… nos conocimos ya, pero…», se sonrojó de nuevo emitiendo una serie de pequeñas carcajadas, discretas pero histéricas de todas formas,  «I’m Zoë, anyway«.

«¿Dónde nos conocimos? Disculpa pero no recuerdo….» le dije, pues mi curiosidad sobrepasaba mi temor.

Entonces Zoë, como dijo llamarse, se acercó a la instalación con expresión de quien está tratando de desviar la atención y sin mirarme a los ojos, dijo: «Esta canción tiene poco más de 11 años sonando, y lo hará por un milenio, increíble» y mirándome a los ojos, continúa: «Alguien me dijo una vez que de alguna manera este objeto, la melodía, que ha permanecido en el tiempo, y con suerte permanecerá aún, podría conectarnos con cualquier punto de dicha línea temporal… »

«Pensé exactamente lo mismo cuando leí de lo que se trataba» respondí  muy sorprendido «pero… ¿por qué no tuve la misma sensación cuando, por ejemplo, vi el Coliseo de Roma? Es algo que está allí desde mucho antes?». Ya se me había olvidado que minutos antes, esta joven me producía temor.

«He pensado sobre eso desde que vi esta instalación, hace unos 10 años, y pienso que tiene que ver con la naturaleza dinámica de la música, en contraste con la naturaleza estática de un monumento. Además…» sonrió con cierta picardía que me recordó al jengibre «… estaremos de acuerdo con que la música es un viaje ¿cierto?»

«Anyway» dijo mientras extendía el pedazo de papel hacia mi «escucha y me dirás qué… te parece. Eso sí, lleva ésto contigo». Y mientras me sentaba en el espacio destinado para escuchar, tomé el pedazo de papel. Mis tímpanos comenzaron a resonar junto a las notas de las campanas tibetanas y sentí una extraña sensación, como un hormigueo, en la punta de los dedos y alrededor de los ojos. Abrí el papel, que no era muy nuevo y estaba planchado, como si hubiese sido conservado dentro de un libro pesado. Tenía dibujado un círculo, en lápiz. se notaba perfectamente dónde iniciaba el trazo y dónde terminaba, justo al lado. Alcé la mirada buscando a Zoë y vi que estaba frente a mi a unos metros, y se despedía con un gesto de la mano.

El hormigueo se hizo muy fuerte y me hubiese gustado poder meter los dedos por mis oídos y rascarme detrás de los ojos. Sentí también una sensación de vacío en el estómago y nauseas. Cerré los ojos y por un momento no sentí nada a mi alrededor ni siquiera la silla donde estaba, solo la música…y sobretodo, noté una discontinuidad en la melodía, como cuando un CD salta mientras está siendo leído por el láser.

Al abrir los ojos, me encontraba en el Museo de Ciencias de Londres, pero era completamente diferente.

A mi lado, una  preadolescente, pecosa y pelirroja, leía en voz alta la información sobre Longplayer. Volteó y al verme dejó escapar un breve chillido de sorpresa. Era ella, con 10 años menos.

«¡Bloody hell, me asustaste!» dijo «¿desde cuándo estas allí?»

Se sorprendió mucho más cuando la llamé por su nombre: Zoë. Me preguntó si ya nos conocíamos, y le dije que en realidad no, pero que lo hicimos dentro de 10 años.

«Este objeto, la melodía, que permanecerá por mucho tiempo, nos permitirá conectarnos con cualquier otro punto de ésta linea temporal. Toma, no lo pierdas nunca, que tendrás que devolvérmelo más adelante».

Zoë tomó el papel. No dejaba de mirarme boquiabierta. Le dije y le pedí que recordara la fecha en la que escuché Longplayer por primera vez… y agregué que sería una muchacha muy bonita dentro de 10 años. Chao, me tengo que ir.

Y de nuevo las campanas tibetanas resonaron en mis oídos, el hormigueo y la nausea regresaron. Cerré los ojos y me sentí de nuevo suspendido en la larga nota de un gong que poco a poco se fue apagando hasta que quedó completamente cubierta por voces, pasos, anuncios por los altoparlantes. Abrí los ojos y un niño pasó corriendo frente a mi. Más allá, Zoë me esperaba, siempre sonriente.

«¿Te das cuenta que de cierta forma somos inmortales…» me comentaba Zoë mientras admirábamos un enorme fósil en el Museo de Historia Natural, al que le pedí que me acompañara

«…in an eternal loop… somewhen?»

***

Disclaimer: las fotos no son mías. Son de Internet.

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